¿Comu-
nica-
ción sin
género?
La hora de la verdad
La hora de la verdad
La hora de la verdad
Luz Sánchez-Mellado
Periodista y escritora.
Publica periódicamente en el diario El País
y colabora con diversos medios audiovisuales.
Luz Sánchez-Mellado
Periodista y escritora.
Publica periódicamente en el diario El País y colabora con diversos medios audiovisuales.
Luz Sánchez-Mellado
Periodista y escritora.
Publica periódicamente en el diario El País y colabora con diversos medios audiovisuales.
No falla. Llevo más de 30 años contando la vida como periodista y, desde entonces hasta ahora, cuando recibo una llamada o mensaje vendiéndome algo o a alguien –un producto, una idea, una marca, una persona- para que me haga eco de ello, casi siempre es una mujer quien me canta sus alabanzas al otro lado del teléfono o la pantalla. Esto, en realidad, no es noticia. La mayoría de los comunicadores de este país, los corporativos y los de los medios, son comunicadoras. Algo debe de haber, más allá de la oferta y la demanda, para que tantas congéneres elijan –elijamos– la comunicación como carrera profesional o para que los vericuetos de la vida nos lleven a ella. Quizá tenga que ver con algo que me dijo el psiquiatra Luis Rojas Marcos en una entrevista que –esta, también– me vendió una mujer, directiva de comunicación de su editorial, durante la promoción de su libro Somos lo que hablamos. Las mujeres, sostiene Rojas, hablamos, de media, 15.000 palabras más al día que los hombres. Comunicamos más y, al menos, tan bien como ellos.
La lógica dice que, por pura estadística, si somos más en la base, deberíamos ser más, o, al menos, las mismas en la cima de las empresas y los medios de comunicación. Ilusas.
Sobre el papel, nada lo impide. Al revés, las leyes lo promueven y lo exigen. Pero, a la hora de la verdad: la de la maternidad, la de asumir el cuidado de familiares dependientes, la de recibir y aceptar promociones que nos hagan suponer o hacer suponer a otros que no vamos a llegar a todo, quienes pagamos el peaje somos nosotras. La brecha salarial son los hijos y los padres. No es que no creamos que nosotras lo valemos. Cada vez nos sentimos menos impostoras, pero sabemos que, a la hora de la verdad, somos igual de pringadas.
No falla. Llevo más de 30 años contando la vida como periodista y, desde entonces hasta ahora, cuando recibo una llamada o mensaje vendiéndome algo o a alguien –un producto, una idea, una marca, una persona- para que me haga eco de ello, casi siempre es una mujer quien me canta sus alabanzas al otro lado del teléfono o la pantalla. Esto, en realidad, no es noticia. La mayoría de los comunicadores de este país, los corporativos y los de los medios, son comunicadoras. Algo debe de haber, más allá de la oferta y la demanda, para que tantas congéneres elijan –elijamos– la comunicación como carrera profesional o para que los vericuetos de la vida nos lleven a ella. Quizá tenga que ver con algo que me dijo el psiquiatra Luis Rojas Marcos en una entrevista que –esta, también– me vendió una mujer, directiva de comunicación de su editorial, durante la promoción de su libro Somos lo que hablamos. Las mujeres, sostiene Rojas, hablamos, de media, 15.000 palabras más al día que los hombres. Comunicamos más y, al menos, tan bien como ellos.
La lógica dice que, por pura estadística, si somos más en la base, deberíamos ser más, o, al menos, las mismas en la cima de las empresas y los medios de comunicación. Ilusas.
Sobre el papel, nada lo impide. Al revés, las leyes lo promueven y lo exigen. Pero, a la hora de la verdad: la de la maternidad, la de asumir el cuidado de familiares dependientes, la de recibir y aceptar promociones que nos hagan suponer o hacer suponer a otros que no vamos a llegar a todo, quienes pagamos el peaje somos nosotras. La brecha salarial son los hijos y los padres. No es que no creamos que nosotras lo valemos. Cada vez nos sentimos menos impostoras, pero sabemos que, a la hora de la verdad, somos igual de pringadas.
No falla. Llevo más de 30 años contando la vida como periodista y, desde entonces hasta ahora, cuando recibo una llamada o mensaje vendiéndome algo o a alguien
–un producto, una idea, una marca, una persona- para que me haga eco de ello, casi siempre es una mujer quien me canta sus alabanzas al otro lado del teléfono o la pantalla. Esto, en realidad, no es noticia. La mayoría de los comunicadores de este país, los corporativos y los de los medios, son comunicadoras.
Algo debe de haber, más allá de la oferta y la demanda, para que tantas congéneres elijan –elijamos– la comunicación como carrera profesional o para que los vericuetos de la vida nos lleven a ella. Quizá tenga que ver con algo que me dijo el psiquiatra Luis Rojas Marcos en una entrevista que –esta, también– me vendió una mujer, directiva de comunicación de su editorial, durante la promoción de su libro Somos lo que hablamos. Las mujeres, sostiene Rojas, hablamos, de media, 15.000 palabras más al día que los hombres. Comunicamos más y, al menos, tan bien como ellos.
La lógica dice que, por pura estadística, si somos más en la base, deberíamos ser más, o, al menos, las mismas en la cima de las empresas y los medios de comunicación. Ilusas.
Sobre el papel, nada lo impide. Al revés, las leyes lo promueven y lo exigen. Pero, a la hora de la verdad: la de la maternidad, la de asumir el cuidado de familiares dependientes, la de recibir y aceptar promociones que nos hagan suponer o hacer suponer a otros que no vamos a llegar a todo, quienes pagamos el peaje somos nosotras. La brecha salarial son los hijos y los padres. No es que no creamos que nosotras lo valemos. Cada vez nos sentimos menos impostoras, pero sabemos que, a la hora de la verdad, somos igual de pringadas.
Lo sé porque lo he sufrido y aún hoy, lo veo sufrir a compañeras mucho más jóvenes. Por eso me han sorprendido lo justo los resultados de esta investigación sobre la realidad de los directivos y directivas de comunicación en las empresas españolas. Sí. Algo ha cambiado en estos 30 años. Entre la mayoría de comunicadoras que me llaman para venderme sus motos, con todo respeto para ellas y para las motos, cada vez hay más jefas. Solo faltaría. Pero todavía son muchas menos que ellos las que alcanzan la cima y, a las que llegan, les cuesta más escalones y más empinados conquistarla. Están peor pagadas. Asumen funciones de alta responsabilidad sin ser reconocidas y remuneradas por ello. Asumen mayoritariamente los cuidados de los hijos y los padres y, al final del día, están tan derrotadas que no les da la vida para más empeño que llegar al día siguiente.
Sin ser pesimista, tampoco soy ilusa. Me temo que, en esto, como en tantas cosas, el mal de muchas no es consuelo de listas. A fin de cuentas, no fue hasta anteayer cuando una mujer, Pilar Perelló, fue elegida primera mujer presidenta del Tribunal Supremo en sus 200 años de historia, siendo las juezas mayoría absoluta en la carrera desde 2019. Queda mucho curro por delante. Así que animo a las colegas a seguir dando guerra y exigir cambios en sus casas profesionales y, también, en las particulares. Apuesto a que muchas están a la vez encantadas y hartas de vender fuera buenas noticias de sus empresas mientras bregan con las no tan buenas dentro. La verdadera buena nueva, la noticia bomba, sería anunciar que hay tantas jefas como jefes y cobran lo mismo siendo tan buenas, malas o mediocres como ellos. Me encantaría ser yo la que diera la primicia y que fuera una mujer quien me la vendiera. No desespero. En aquel encuentro, Rojas Marcos dijo que, precisamente porque hablamos más, vivimos más que los hombres. Ojalá pueda dar la exclusiva a bombo y platillo antes de que me llegue la hora definitiva.
Lo sé porque lo he sufrido y aún hoy, lo veo sufrir a compañeras mucho más jóvenes. Por eso me han sorprendido lo justo los resultados de esta investigación sobre la realidad de los directivos y directivas de comunicación en las empresas españolas. Sí. Algo ha cambiado en estos 30 años. Entre la mayoría de comunicadoras que me llaman para venderme sus motos, con todo respeto para ellas y para las motos, cada vez hay más jefas. Solo faltaría. Pero todavía son muchas menos que ellos las que alcanzan la cima y, a las que llegan, les cuesta más escalones y más empinados conquistarla. Están peor pagadas. Asumen funciones de alta responsabilidad sin ser reconocidas y remuneradas por ello. Asumen mayoritariamente los cuidados de los hijos y los padres y, al final del día, están tan derrotadas que no les da la vida para más empeño que llegar al día siguiente.
Sin ser pesimista, tampoco soy ilusa. Me temo que, en esto, como en tantas cosas, el mal de muchas no es consuelo de listas. A fin de cuentas, no fue hasta anteayer cuando una mujer, Pilar Perelló, fue elegida primera mujer presidenta del Tribunal Supremo en sus 200 años de historia, siendo las juezas mayoría absoluta en la carrera desde 2019. Queda mucho curro por delante. Así que animo a las colegas a seguir dando guerra y exigir cambios en sus casas profesionales y, también, en las particulares. Apuesto a que muchas están a la vez encantadas y hartas de vender fuera buenas noticias de sus empresas mientras bregan con las no tan buenas dentro. La verdadera buena nueva, la noticia bomba, sería anunciar que hay tantas jefas como jefes y cobran lo mismo siendo tan buenas, malas o mediocres como ellos. Me encantaría ser yo la que diera la primicia y que fuera una mujer quien me la vendiera. No desespero. En aquel encuentro, Rojas Marcos dijo que, precisamente porque hablamos más, vivimos más que los hombres. Ojalá pueda dar la exclusiva a bombo y platillo antes de que me llegue la hora definitiva.
Intro-ducción
El mundo avanza a un ritmo vertiginoso. A veces hacia adelante, otras con pasos en falso, pero lo cierto es que pocos aspectos de la vida permanecen inalterables ante las transformaciones constantes que redefinen paradigmas que, hasta hace poco, parecían profundamente enraizados en nuestra sociedad.
Las fuentes de energía, la Inteligencia Artificial, la revolución tecnológica constante, la nueva movilidad, las redes y, por supuesto, los derechos sociales, laborales y políticos son temas que ocupan diariamente el centro del debate económico, social, científico y académico.
Entre estos cambios, la conquista de los espacios profesionales por parte de las mujeres destaca como uno de los grandes avances de las últimas décadas. Su papel como agentes de cambio y transformación en empresas y organizaciones de diversos sectores no ha pasado desapercibido, convirtiéndose en una de las tendencias civilizatorias con mayor impacto en el mundo contemporáneo.
Esto nos invita a preguntarnos: ¿sucede lo mismo en entornos profesionales vinculados a la comunicación?
Los avances en materia de representación femenina en el ámbito laboral y en posiciones de liderazgo, aunque significativos, no dejan de plantear nuevos interrogantes sobre las barreras que aún persisten y los desafíos que deben superarse para alcanzar una verdadera igualdad de oportunidades y reconocimiento. En este sentido, es importante comprender que la permeabilidad que entrelaza el universo laboral y el social es un buen medidor del impacto real que los avances teóricos tienen en la vida de las personas. En ocasiones, estos espacios de la vida pública avanzan en sintonía, pero en otras el progreso es desigual e indicativo de carencias que deben ser subsanadas.
Entre estos cambios, la conquista de los espacios profesionales por parte de las mujeres destaca como uno de los grandes avances de las últimas décadas. Su papel como agentes de cambio y transformación en empresas y organizaciones de diversos sectores no ha pasado desapercibido, convirtiéndose en una de las tendencias civilizatorias con mayor impacto en el mundo contemporáneo.
Esto nos invita a preguntarnos: ¿sucede lo mismo en entornos profesionales vinculados a la comunicación?
Los avances en materia de representación femenina en el ámbito laboral y en posiciones de liderazgo, aunque significativos, no dejan de plantear nuevos interrogantes sobre las barreras que aún persisten y los desafíos que deben superarse para alcanzar una verdadera igualdad de oportunidades y reconocimiento. En este sentido, es importante comprender que la permeabilidad que entrelaza el universo laboral y el social es un buen medidor del impacto real que los avances teóricos tienen en la vida de las personas. En ocasiones, estos espacios de la vida pública avanzan en sintonía, pero en otras el progreso es desigual e indicativo de carencias que deben ser subsanadas.
Entre estos cambios, la conquista de los espacios profesionales por parte de las mujeres destaca como uno de los grandes avances de las últimas décadas. Su papel como agentes de cambio y transformación en empresas y organizaciones de diversos sectores no ha pasado desapercibido, convirtiéndose en una de las tendencias civilizatorias con mayor impacto en el mundo contemporáneo.
Esto nos invita a preguntarnos: ¿sucede lo mismo en entornos profesionales vinculados a la comunicación?
Los avances en materia de representación femenina en el ámbito laboral y en posiciones de liderazgo, aunque significativos, no dejan de plantear nuevos interrogantes sobre las barreras que aún persisten y los desafíos que deben superarse para alcanzar una verdadera igualdad de oportunidades y reconocimiento. En este sentido, es importante comprender que la permeabilidad que entrelaza el universo laboral y el social es un buen medidor del impacto real que los avances teóricos tienen en la vida de las personas. En ocasiones, estos espacios de la vida pública avanzan en sintonía, pero en otras el progreso es desigual e indicativo de carencias que deben ser subsanadas.
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Un estudio elaborado por:
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